“Por cuatro billetes arrugados” de Marc Arrebola

El hombre apartó el cenicero de cristal, aún humeante y repleto de chustas de cigarrillos de liar—los de él— y colillas de Winston—las de ella— y cogió los cuatro billetes arrugados que había debajo. Removió entre la ceniza, rescató una de las boquillas blancas y naranjas y se la puso en la boca. Con un movimiento automático, sacó el mechero de uno de los bolsillos traseros de sus vaqueros y se lo acercó a los labios. Al mismo tiempo, ahuecó la otra mano alrededor del medio cigarrillo, protegiéndolo así de la leve corriente de aire que sacudía las amarillentas cortinas de aquella habitación de motel.

—Flut, flut.—El sonido de la piedra gastada rompió el silencio de la habitación. Sacudió el mechero con movimientos cortos y volvió a probar. Esta vez la llama sí asomó, tímida pero firme. Dio cuatro caladas hasta quemarse los labios. Era lo más cerca que solía estar de los labios de las mujeres. Nunca las besaba, solo fumaba de uno de sus cigarrillos a la mañana siguiente mientras ellas aún dormían. Hasta quemarse los labios.

Volvió a dejar la colilla en el cenicero de cristal mientras miraba con desprecio las arrugadas curvas de la mujer tumbada en la cama. Había estado a punto no acostarse con ella, de marcharse alegando alguna excusa inverosímil, pero al final lo hizo. Siempre lo hacía.

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