“Agosto”, de Sabrina Villavicencio Arias

– Te quiero- le susurro mientras acaricio sus rizos negros. Está dormida. Jamás me atrevería a dedicarle esas palabras si estuviera consiente. Sé exactamente lo que pasaría; primero se haría la sorprendida y después me dedicaría una mirada de decepción, consiguiendo helarme la sangre otra vez con su frase estrella:

– Esto no es lo que acordamos, Sol- diría. Yo, como de costumbre, bajaría la cabeza y le pediría disculpas. Como si cada muestra de mi amor fuera un pecado capital.

Beso su hombro y se gira en mi dirección. Ahora despierta, me sonríe, mima y desea buenos días. Y así, sin más, consigue que el dolor que había aflorado en mi pecho se evapore y sea substituido por la esperanza.

Observo cómo se levanta de la cama y tira la botella de vino casi vacía a la basura. La luz del sol entra por la ventana y hace resplandecer su piel blanca.

– Hace más calor que en el infierno- se queja. – ¿Vamos a la playa? – Sonrío- Pero solo un rato, que hay que llegar temprano para la cena.- Mi expresión se borra.

Cuando Ona vuelve de vestirse yo sigo acostada en la cama.

– ¿Qué te pasa?

– Parece que tienes muy presente la cena.

– Sol, no empieces. No quiero discutir. Ha sido un mes precioso, el más bonito y fugaz de mi vida y no quiero que pasemos nuestras últimas horas de agosto enfadas. -Yo tampoco lo quiero y por eso no digo nada.

La tarde trascurre como cualquier otra de este idílico mes. Abrazadas, felices, escondidas en nuestro rincón favorito; entre dos rocas altas que nos cubren de la vista de todo aquel que pase. El único espacio al aire libre donde podemos ser nosotras mismas; amarnos sin temor a las habladurías del pueblo.

Estoy escogiendo la siguiente canción que sonará en el altavoz cuando recibo un mensaje de mi hermano. Dice que dentro de unas horas llegará a casa y que no puede esperar para verme. Lo ignoro.

Siento como Ona dibuja en mi espalda con el protector solar.

– ¿Qué escribes? – Pregunto risueña

– Mi nombre – Contesta

– Eso es muy largo para ser tu nombre- debato y ella comienza a carcajear. Después de unos segundos de silencio habla.

– He puesto que te quiero.

Me levanto. Oigo como me llama. Camino hasta el otro lado de las rocas. Ahora soy visible para el resto de las bañistas. Me vuelve a llamar.

– Ven- grito. – Ven y repítelo aquí.

Se queda paralizada

– Por favor – suplico entre lágrimas.

– No puedo-. Alcanzo a leer en sus labios.

Me acerco a ella:  – Si no lo haces es porque no me quieres; no lo suficiente- sentencio.

– No quiero perderte- me pide.

– No puedes perder lo que nunca ha sido tuyo-. Me marcho.

Al llegar a casa me aseo y comienzo a arreglarme para la cena. Estoy disimulando la hinchazón de mis ojos con maquillaje cuando siento un coche entrar en el garaje de casa. Sé que es mi hermano. Bajo a saludarle y le veo entrar.

– Hola peque, ¿Me has echado de menos? -Comienza a correr desde la entrada al salón solo para ser interrumpido por los brazos de Ona. Se besan

– Este mes si ti me ha perecido un año. Te quiero -le profesa ella. Fuera del rincón. Delante de todos.